La emoción previa a un viaje es algo mágico.

Antes de partir hacia Sal, Cabo Verde, me encontré sumergida en un torbellino de expectativas y anticipación.

Las imágenes y las historias que había escuchado crearon un lienzo de posibilidades en mi mente, y cada día que se acercaba mi partida, el anhelo de descubrir ese mundo desconocido se volvía más fuerte.

Una de las principales expectativas que llevé conmigo fue la de las playas doradas y las aguas cristalinas.

Las fotos que había visto previamente me habían dejado enamorada, pero me preguntaba si la realidad sería tan impresionante como las imágenes.

Soñaba con caminar por la arena suave y sentir el agua acariciar mis pies, y anhelaba sumergirme en las profundidades marinas para explorar la vida submarina que había oído que era tan rica y diversa.

Otra de mis expectativas estaba centrada en la cultura local y en la conexión con la comunidad. Había leído sobre la hospitalidad caboverdiana y la riqueza de las tradiciones locales.

Me imaginaba charlando con lugareños, saboreando platos auténticos y participando en celebraciones culturales vibrantes. Mi curiosidad por las costumbres y la historia de Sal me llevó a investigar más sobre la herencia criolla y la forma en que se reflejaba en la vida cotidiana.

Sin embargo, también me encontré cuestionando si mis expectativas podrían cumplirse plenamente. Sabía que las fotos a menudo capturan solo una fracción de la realidad y que cada viaje es único en sí mismo.

Me preguntaba si el destino estaría a la altura de mis sueños y si mis expectativas no me llevarían a una experiencia exageradamente idealizada.

A medida que el día de mi partida se acercaba, la mezcla de emoción y nerviosismo creció. Las expectativas, tanto las altas como las inciertas, se convirtieron en compañeras constantes.

Pero lo que descubrí al llegar a Sal fue una gratificante fusión de sueños y realidad. Las playas superaron mis expectativas, y las aguas eran aún más impresionantes en persona.

Pero lo que realmente me tocó el corazón fue la autenticidad de la cultura local y la forma en que la comunidad me abrazó como un amiga.

En retrospectiva, puedo decir con certeza que mis expectativas previas al viaje a Sal fueron un hermoso precursor de las experiencias reales que viví.

Aprendí que aunque las fotos y las historias pueden servir como guías, es en la experiencia en sí misma donde realmente se encuentran la magia y la belleza.

Cada momento, cada encuentro y cada sensación superaron lo que había imaginado, y Sal se convirtió en una realidad que superó todos mis sueños previos.


En última instancia, este viaje me recordó que las expectativas son solo el comienzo.

La verdadera alegría y el asombro se encuentran en el viaje mismo, en la exploración de lo desconocido y en la apertura a las maravillas que el mundo tiene para ofrecer.

Y así, en medio de las expectativas y la realidad, encontré un viaje que quedará grabado en mi corazón para siempre.

Antes del Despegue: Mis Expectativas y Emociones Previas al Viaje